...Y me puse a pensar entonces en la señorita Rita y en el penoso contraste con Plaza Sésamo… Los recuerdos se pelean por la primera fila, por su alcurnia, y mi memoria, anárquica, da de lo que tiene, aparentemente intransigente, pero absolutamente transparente… Imparcial, pero lo que trae es, siempre lo que está más hondo… lo que caló en mí para la vida:
¿POR QUÉ SOY GAMO GAMO?
“Con mis mocos soy feliz, porque son de la nariz, son bolitas de colores, dulces sus sabores…”
(Versión corrupta de un comercial televisivo de Gudiz de aquella época)
Creo que lo que más recuerdo de aquella época se resume en una frase de Alejandro Sanz, “todo lo que fui, es todo lo que soy, con lo que vine ayer es con lo que me voy”
Sí, este asuntico que algunos llaman bigamia, poligamia, promiscuidad, inestabilidad emocional, incapacidad de amar, entre otros adjetivos descalificativos, empezó a edad temprana. Las cosas de ese entonces eran grandes como las distancias y de manera básica me divertía entre mi madre, mi padre y la empleada de servicio que hacía las veces de nana. Mi hermana, cuya excepcionalidad la convertía en el centro de mis juegos, a pesar de ser mayor unos años era la niña de la casa. ¡Ah! Y mi hermano que para ese entonces ya tenía problemas con mi madre por los horarios de llegada, la música de “gatas ahorcadas” que escuchaba (Led Zepellin) y la batalla por conseguir la mujer más adecuada, una “que si lo mereciera” según nuestra madre… ¡OH SINO NEFASTO!… NUNCA LO LOGRAREMOS…
Del colegio Santa Helena recuerdo a la Señorita Beatriz, y a la Señorita Rita, la primera era la rectora con piel de acordeón, ojos claros, pelo corto tinturado de rubio, de elegancia considerable por ende modales refinados, de esos que si se deben copiar… alcurnia, pero con un notable amor por mi hermano que también tuvo la desgracia agraciada de estudiar allí; la señorita Rita en cambio, era pequeña, de pelo negro, con su irrefutable bata blanca, unas gafas que disminuían sus ojos a la mínima expresión… era miope hasta el cansancio; recuerdo que tenía una parte de su sonrisa incompleta, -sí, era fea-, pero el amor y el odio de los niños no conoce los límites estéticos que se asumen cuando se crece… si es que se crece.
Comienzo de año escolar. La excitación por estrenar zapatos Verlon, maleta de ABC y el grueso saco de lana azul, era indescriptible: ese olor típico del lápiz y la pintura de pared, el bombillo de 10.000 bujías, la madera con grietas como líneas de la mano, los puestos dobles con tapas celestinas que tapaban los momentos de golosinas prohibidas, los avisos hechos letra a letra con papel silueta, que hacían reverencia por la austeridad de Colbón. Recuerdo que había un Pinocho muy cerca de una de esas princesas de cuentos, pero estaba pegado en la pared de tal forma que parecía tocar indecentemente a la dulce, y ya para ese entonces -en mi concepto- díscola, Campanita.
“Los niños y las niñas de primero se me hacen a este lado” gritó con voz desgastada la rectora, era una casa grande adaptada para ser colegio, dos patios, los baños al fondo, de paredes repintadas, tejas transparentes que dejaban ver el moho, unas materas que de seguro adornaron la casa en la juventud de la rectora, a la entrada un zaguán sinfín, como un túnel de la muerte, algunos resistían con sus más profundas fuerzas, otros se resignaban, todos obedecían.
Entramos. Mi madre, me había recomendado como el hermano de Luisito, que según dijeron, cuando pisó ese recinto fue un niño ejemplar, por lo tanto me pusieron adelante y solo, “para que nadie me lo moleste”. Nótese que era un puesto doble.
Unas semanas después de la guerra con la matemática, los recreos, las loncheras, los amigos imaginarios y los reales, la cartilla Nacho Lee y sus ejemplos (que aún hoy recuerdo), llegaron al salón un par de personajes que cambiarían el rumbo de mi historia. Eran las hermanas Parra, unas gemelas de pelo, espíritu y ojos negros, perversas por naturaleza, agresivas, desafiantes, malcriadas… hay una palabra que las define: gaminas. Sus ojos inquietos parecían querer descubrirlo todo… El problema fue que me encantaron, mi pobre corazón que latía por Superman y la Mujer Maravilla, ahora tenía unas nuevas heroínas de verdad… pero jugaban al lado de los malos.
La señorita Rita nos daba todas las materias, gracias a una campana grabada con arabescos (que años después vería en el mercado de las pulgas) se anunciaba el cambio de clases, es decir: “Saquen el libro de Religión” y se cambiaba de tema, así, de repente. La mejor hora era la del recreo, veíamos a los grandes de quinto hacer fila en la cooperativa, mientras nosotros íbamos por las loncheras, jugábamos a correr, creo que yo, como hasta ahora, corría por todo. Viene a la memoria la incipiente axilitis infantil de aquel grupo después del recreo (que se proyectaría como chucha pertinaz en Transmilenio).
Hay que admitir que yo era aplicado en las tareas, es decir, repetía lo que decía la profesora, excepto mi conflicto con la maldita letra e, que me costó gracias a la pedagogía del coscorrón que aplicaba mi padre, un par de chichones; decía que era juicioso, pero eso no era suficiente para hacerse notar ante ellas, entonces decidí ser el payaso, -¡Y vaya que ha funcionado!-, tuve aprobación hasta de mi maestra, aunque seguía siendo, el hermano payasito del egregio Luisito.
Jenny y Catherine eran castigadas a cada rato por cualquier pilatuna, como hablar en clase, halarle el pelo a otra niña o meterse el dedo en la nariz. Me parece verlas arrodilladas y con las manos levantadas en la mitad del patio. Yo cuidaba el salón mientras la maestra se iba, y después le decía quien se había portado mal, si, lo sé, era el sapo y el lambón, pero también el mejor estudiante, -claro, no ve que era igualito a mi hermano-, en lo aplicado…
Una vez no denuncié a Jenny por rayar una pared, pero la amenacé con un soberano discurso ético diciéndole que si lo volvía a hacer le iba a contar todo a la rectora, recuerdo lo que dijo: “usted es bonito pero es muy sapo” entonces, me puse a llorar y le dije a la profesora, la castigaron; Catherine, me preguntó qué había pasado, le conté todo, ella que era dos minutos mayor que la inmadura de su hermana, entendió lo que pasó y nos hicimos amigos.
Compartíamos los muñequitos del Chavo que venían en los Yupis, hablábamos en el recreo sobre las tareas, los programas de tv, de repente nos mirábamos en clase y un día ella me dio un pedazo de sándwich y yo le di un trozo de mantecada que había empacado mi nana. Creo que ese intercambio alimenticio fue el inicio de mi primera relación.
Sufría cuando la castigaban; hay que decir que me destituyeron del cargo por protegerla a ultranza, un día no fue y le pregunté con descrédito a mi infantil cuñada qué había pasado y me respondió que mi temeraria novia tenía paperas, esa tarde le escribí, era mi primera carta, decía algo así como que se mejorara y que volviera, y le envolví un Chavo saliendo del barril, -una pieza difícil de conseguir- al otro día le envié la misiva con su hermana, y con ella hablamos al descanso y me pareció linda como su ahora ausente y enferma hermana, se podía decir que eran igualiticas, le intenté compartir un poco de mis papas fritas y cogió todo el paquete, abrió mi lonchera y dispuso la de ella, no hablamos, pero ese gesto de domino, me haría hasta hoy un perfecto admirador de las mujeres decididas y que toman la iniciativa, vale decir, abusivas.
Entré en conflicto, pues la había pasado bien con la otra que se parecía a la misma, al día siguiente las paperas seguían su curso, nos sentamos con la cuñada, abrió mi lonchera, abrió la de ella y comimos en silencio, nuestras manos hicieron contacto, recuerdo el corrientazo en la espalda y la mirada de sorpresa mutua. “¿Cómo siguió Cathy?” “Bien, mandó a decir que tan lindo, y le mandó esto” y sacó de su bolsillo un papel con una cintica roja, lo abrí y era un corazón pintado con mucho, muchísimo color rojo. Ese día supe que las mujeres son más inteligentes y simbólicas que los hombres. Era un jueves, día de educación física, nuestra profesora, que como ya dije, que nos dictaba, todas las materias, nos sacaba al patio a hacer rondas, todos cantábamos “Arroz con leche me quiero casar con una señorita de la capital, con esta sí, con esta no, con esta señorita me caso yo”, y señalé a Jenny mientras ella me señalaba a mí. Era indiscutible, ya éramos amantes.
Profundamente angustiado, decidí escribirle a mi amante: la pasé muy bien y siguiendo el ejemplo gráfico de mi novia le pinte una estrella, esta vez doblé el papel con precaución y después de un rato de meditación ética, decidí escribirle a su hermana: “gracias por su dibujo” y le pinté un sol; en verdad no pude dormir de la zozobra y pensando en la entrega de las misivas.
Ese día hice lo posible por no ir al colegio, me metí un jabón en la axila, para simular fiebre, hice pataletas de tos, pero mi nana no comió cuento. Me llevaron pese a las súplicas desgarradoras y de tal forma llegué después de la formación, crucé el zaguán de la muerte, caminé como quien va al patíbulo, giré a la derecha y entré al salón, me senté y me encontré con algo espantoso, una carta SIN FIRMA que decía: “Me gustas resto”.
Sudé, busqué entre 40 niños del salón a las hermanas y no estaban, las vi arrodilladas en la mitad del patio, seguramente habían hablado en la fila de la mañana, entonces urdí un plan perfecto, a una se la dejaría en la lonchera y a otra en el puesto. ¿La infidelidad te hace torpemente audaz?
Pedí permiso para ir al baño, cuando pasé por frente de ellas, una de las dos, -nunca supe cual-, me mandó un beso, yo saludé con la mano, sonreí y seguí al lugar en el que estaban todas las loncheras en fila, busqué la rosadita con correa de flores que era la de Jenny y metí una carta, después me devolví al salón y pedí permiso para sacarle punta al lápiz, al pasar por el puesto de ellas dejé caer el lápiz y con disimulo metí la otra carta en el puesto de Cathy. Me devolví al puesto y al sentarme sentí un congelamiento, ¿Qué carta le di a quién? En el descanso, salude a Cathy y a Jenny y me senté solo.
Nunca más se habló del tema, los jueves compartía mi lonchera con Jenny y los viernes con Cathy. De ahí en adelante, prefiero decir verdades punzantes, aceptar mis pasiones e invitar a compartirlas y aunque me digan que no soy capaz de hacer feliz a una mujer pero que hago infelices a varias, creo que las Hermanas Parra, me iniciaron en el mundo de la honesta conciliación fraternal amorosa…
Bueno y de la escuela, para hacer este ejercicio, recorrí las mismas cuadras, que en ese entonces parecían más largas, con incredulidad vi la misma papelería DIXON, atendida por las hijas de las señoras que vendían laminitas para los álbumes, al doblar la esquina sentí el vacío del pasado y recordé a mi padre llevándome de la mano, al parar vi un taller de ornamentación, queda el vestigio de un alero que me saluda con desdén después de tantos años frente a un pelotón de fusilamiento, es decir a un señor soldando.
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El Perfume
Novela contemporánea, (1985, Autor: Patrick Sskind) que en un principio destaca por las amplias y asombrosas descripciones que contiene, esconde tras de sí la historia de un joven que vive sumergido en la miseria de su propio ser debido a su incapacidad de amar y al profundo rechazo social y familiar que lo ha acompañado a lo largo de su vida. El vacío existencial, las ansias de poder, la soledad, el problema identitario del sujeto y otros muchos aspectos brotan de la obra de una manera discreta pero a la vez impactante, donde en cualquier caso no es difícil acabar sintiendo cierta compasión por este asesino en serie tan castigado por la vida.