Está dispuesta a partir de elementos descriptivos de la creación literaria, plantea un
recorrido metafórico por los círculos del infierno de la "Divina Comedia" de Dante Alighieri, adaptados a la realidad de un mundo mediado por la tecnología y entrecruzados con elementos de la
mitología griega; poniendo en tensión, a los ojos del lector atento, los elementos fundamentales del análisis.
El viaje comienza cruzando el río Estigia hasta el otro lado del abismo infernal, Caronte es quien guía la barca y es necesario pagarle, en el Vestíbulo del infierno, están los ángeles neutrales, los cobardes y los pusilánimes, los que no obran ni por el bien ni por el mal. Se presenta el primer círculo llamado Limbo y están los hombres que vivieron antes de Cristo y los que no tienen bautismo, en el segundo están los lujuriosos, en el tercero los glotones, en el cuarto los avaros y derrochadores, en el quinto los iracundos, los soberbios y los envidiosos, en el sexto los herejes, en el séptimo los violentos, los usureros, los suicidas y los blasfemos, en el octavo los fraudulentos, los aduladores, los adivinos y en el noveno círculo los traidores, que usan el engaño con quienes han confiado en ellos, Al final de ese noveno circulo está Lucifer, el ángel rebelde de tres caras que cayó de cabeza desde el cielo y se clavó en el fondo del Infierno.
La metáfora del viaje, la metáfora de la plataforma computacional, la metáfora de la cartografía durante el mismo recorrido, me ha llevado a caminos extraños, por no decir extravagantes, de esta manera, he decidido invocar a aquel poeta burgués italiano, mi recordado Dante Alighieri, desde su libro “La Divina Comedia” en su acápite del Infierno. Este viaje ahora, nos llevará, siempre en consonancia con el tema y en comparación odiosa con la actualidad, por un rumbo inédito.
He pasado entonces por el Vestíbulo del Infierno, el de los cobardes, que a mi modo de ver son todos aquellos que no se atreven a asumir desde otras perspectivas su ejercicio de educar y se centran en discursos que repiten hasta el hastío de sus estudiantes, a esos facinerosos que no valoran lo cotidiano y piensan que la academia tiene la verdad y que la realidad debe ajustarse a sus explicaciones.
Hemos atravesado el primer círculo que es el de los niños no bautizados y precristianos honorables, quiero hablar de la comparación de los nativos y los migrantes digitales; en el segundo círculo están los lujuriosos aquí relacionaré esto con el cuerpo como objeto de deseo vendido por los medios; y en el tercer círculo el de los glotones se me antoja hablar de los regímenes de anorexia y bulimia impuestos por los medios… Tengo un problema. Aquí en este tercer circulo, me encuentro con Cerbero, este perro de tres cabezas con cola de dragón, quiero llamarlo Currículo.
El perro Cerbero, que yo he llamado Currículo, me ha mordido un glúteo epistemológico, fue la cabeza izquierda (Veltesta). Me encontré con avaros que llamaré neoliberales angurrientos, miserables que identifiqué como pulpos mediaticos, disipadores que renombraré como audiencias escolarizadas, iracundos que bautizaré consumidores compulsivos; durante este viaje navegué sin problemas de conexión por el rio Estigia que nombraré como la Internet, interactué con Caronte, conocido en esta época como http://, le pagué con un pase ilimitado para páginas pornográficas, para que me dejara continuar. Y estoy aquí en el sexto círculo de Dante, el de los criminales graves y herejes que llamaré guías ciegos o profesionales mediocres de la educación.
Avancé temeroso, caminando por el séptimo círculo de Dante, allí estaban los psicópatas, suicidas y usureros. Vi tantas caras conocidas que por respeto al Lector prefiero no nombrar… Me llamó la atención el espectro de una mujer, estaba ansiosa, se balanceaba en un movimiento repetitivo, una imagen perfecta de síndrome de abstinencia, pensé en ofrecerle uno de mis cigarrillos, entonces saqué el encendedor y extendí la mano con la cajetilla, buscando apaciguar su desesperación. Sus ojos perdidos me atravesaron y con voz suplicante me preguntó deteniéndome con un ademán: “¡Tiene hilo?”, “Do you have thread?...”“No”, le dije sin disimular mi asombro. Bajó la mirada y se presentó: “Soy Aracne hija de Idmón de Colofón, éstas manos largas tejieron los más sublimes tapices que humano alguno haya visto, y ella… esa perra, That bitch!... Atenea, no pudo, She couldn´t… superarme tejiendo”; escupió una sonrisa de satisfacción, y su rostro volvió a su estado inicial. Su voz empezó a temblar de ira, orgullo e impotencia. Se disculpó diciendo perdón forzadamente y siguió hablando: “Sólo esto queda de mi, Just this… mi cuerpo mortal se transformó en araña; ahora sólo imagino que estoy tejiendo la red de redes y me he vuelto tan veloz, So fast!…que he superado las cinco megas tradicionales hasta llegar al T3, sin embargo a veces deliro porque este tejido no tiene puntos fijos ni centro, no importa, doesn´t matter… que tan rápido trabaje, ni cuan firme sean mis puntadas, los extremos de los hilos nunca llegan al mismo lugar, Same place…” De repente soltó una carcajada estruendosa, me miró con furia y dijo en voz más fuerte: “Nado, Nedo, Nido, Nodo, Nudo ¿me entiende?” Retrocedí protegiéndome de su locura, di un paso atrás para buscar otra ruta pero no podía devolverme, sólo veía pozos de sangre hirviente a mí alrededor, las paredes de roca volcánica, cubiertas por un extraño limo rojizo semejaban bocinas que amplificaban los sonidos de ese lugar; súbitamente saltó sobre mí y me dijo susurrando: “soy intangible, soy terca, soy netezuela ¿me entiende? Do you understand?...” Me liberé de su abrazo empujándola y me dijo:“I am bluffin´, I am abstracter, I am a planet…” caminé como un cangrejo, en reversa, mirándola fijamente. Desde los recovecos de la caverna rebotaban los inicios y los finales de sus palabras: IN…TER…NET…
Hay un aviso de neón con el número ocho, pienso que he llegado al infinito invertido o aquí debe estar pinocho, pero la lógica me indica que el viaje me ha traído al octavo circulo, el de los hechiceros y aduladores; supongo que encontrare a Harry Potter, a Fabriani o tal vez José Simón (el de: Apúrele que estoy botado) y anhelo con todas mis fuerzas encontrar aquí pudriéndose a aquel que nació en 1948 en Tuluá (Valle), que llegó a Bogotá en 1967 y que es el hermano de un reconocido narcotraficante, me refiero a ese barbado frívolo, odiado y tan parecido a mí, Poncho Rentería. Sin embargo, dejo de lado mis divagaciones, me aterra la imagen de una serpiente en el piso, pero al volver a mirar me doy cuenta de que es un cable, lo sigo y al lado derecho encuentro su inicio, es una toma trifásica, con un letrero naranja que dice: “Conexión eterna: No tocar”. Giro la cabeza buscando el otro extremo y mis pies me halan en aquella dirección, atravieso un yermo desolado, envuelto por una bruma purpurea, creo recordar que giré hacia la derecha, pero no podría asegurarlo; y así como pasan las cosas en el infierno, me encontré de frente, con una figura que, acurrucada en medio de la nada y envuelta en un manto a rayas (verdes, amarillas y rojas), en el que pude reconocer un bordado enorme de una hoja de canabis. El extremo del cable estaba pegado a un computador portátil y de él brotaban notas que identifiqué como un ritmo antillano.
Desorientado como estaba, me acerqué para pedir indicaciones, -Disculpe, estoy perdido, ¿podría ayudarme?
Sin mediar palabra, vi cómo se enderezaba, abriendo la manta y girando sobre sus talones, para quedar de frente a mí. Levantó la cabeza dejando caer sobre la espalda la capucha que la cubría. Era una visión arrobadora: los cabellos largos rojizos como las hojas de un abedul en el otoño, piel bronceada, labios gruesos, y una mirada gris como el acero. De su cuello colgaba una memoria usb dorada en la que claramente se leía Kingston…
-Hola, quisiera ayudarte, pero no recuerdo quien soy, ni mucho menos donde estoy.
En ese momento, la verdad me golpeó como un relámpago, con mi mente regresé a la aulas de la secundaria y la voz monótona del maestro de literatura mientras recitaba los pasajes de la Odisea en los que Ulises llegaba a la isla de Ogigia… tenía que ser ella… el amor negado del héroe griego. Además tenía un impresionante parecido con Vanessa Williams, todo coincidía, Bandera, de Jamaica, Memoria Kingston, música antillana. Me encontré con Calipso.
Me senté con ella y le conté su historia, le hablé de su relación fallida con Odiseo, de sus 4 hijos: Nausitoo, Nausinoo, Latino y Telégono, de su padre Atlas, también le hablé de Mnemosine, de ejercicios para tener buena memoria, le enseñé a jugar sudoku y sin más tema, le tuve que contar cómo ella había muerto… por una pena de amor. En ese momento empezó a llorar. “Ahora recuerdo, decidí borrar mi memoria, borrar esos siete años junto a Ulises… He hecho de todo para olvidar, he creado mundos ilusorios, engendrado mentiras que vendo como realidades a través de la publicidad, para olvidar mi desgracia, genero necesidades que después satisfago con productos superfluos” y lloraba como desconsolada. “Cada vez que viene un forastero, me recuerda quien soy, me devuelve temporalmente la memoria… por eso, cada uno de ellos, me ha dejado pistas, intentando ayudar para que yo no me olvide de mi… esta capa, la memoria, el computador, la música… todos son indicios. Me pregunto: ¿Tú que me vas a dejar?”
Pasé saliva, y se me vino una idea, me dirigí hacia el computador y abrí el explorador de Internet, busqué la página de google y digité:¿Cómo hacer para que Calipso no pierda la memoria en el octavo círculo del Infierno y cómo hacer para que el Lector vislumbre la cordura detrás de mi delirio?... ENTER
PUNTO DE LLEGADA
Pasé de largo por el noveno círculo, el de los traidores, pero estaba vacío, al parecer la traición se ha vuelto un pecado secundario, apenas un medio para actos más atroces. Las sinuosidades de la planicie me condujeron hasta la base de una montaña de granito negro, donde desaparecía sin aviso alguno la bruma violácea; los filos pulidos por la furia de los elementos, brotaban por doquier, era imposible escalarla. Busqué con la mirada un sendero para continuar, pero no lo encontré; entonces, decidí rodearla y comencé a andar… Poco después, hallé una abertura que se internaba oscura en las entrañas del peñasco y tuve el impulso de seguir por allí pues, de atravesar bajo tierra hasta el otro lado, el recorrido sería mucho más expedito.
El túnel se inclinaba pronunciadamente hacia abajo, tuve que esforzarme para no rodar hasta el fondo. Hacía frio, una vaharada glaciar soplaba hacia afuera; las rocas al rededor lucían escarchadas, quebradizas por la congelación. No sin algo de torpeza, intenté protegerme cerrando la chaqueta pero el temblor que recorría mi cuerpo, estallando en un castañeteo incontrolable de dientes, me lo impidió.
Por primera vez tuve miedo. Recordé el aliento fétido de Cerbero, la mirada mórbida de Caronte, la locura psicópata de Aracne y el apabullante olvido de Calipso; ¿Qué nuevos horrores me aguardarían al final de aquel túnel?
Débil, delirando de fiebre y luchando contra un adormecimiento testarudo que anunciaba la hipotermia, alcancé un enorme portón de dos alas, tableros de madera maciza, remachados con hierro negro y aldabas de bronce antiguo, moldeadas asemejando las cabezas de una hidra…
Golpeé con todas mis fuerzas, llamé, grité y, cuando estaba a punto de rendirme, el sonido de un cerrojo al correrse, seguido del movimiento lento de una de las monumentales mamparas me devolvió el ánimo. Un hombrecillo bajito asomó la cabeza por la apertura, con curiosidad.
Al verme tendido en el piso, se acercó con expresión preocupada, vestía un abrigo largo negro, pantalón gris de paño y camisa vino tinto, los mocasines tipo inglés lucían el tradicional penique en la base de la lengüeta.
-¡Hombre! ¿Qué haces aquí?- Asiéndome por la cintura, me llevó hacia adentro, cerrando la puerta tras nosotros.
Me guió hasta un salón enorme, alfombrado de pared a pared, con algunos muebles de madera lacada, donde resaltaba un sólido escritorio de ébano sobre el que vi un computador tan avanzado que, antes, apenas podría haberlo imaginado: tres monitores LCD, dos torres de procesamiento, refrigeradas por agua, conectadas a un enorme servidor que ocupaba casi un tercio de la habitación, un televisor de 410 pulgadas y un sistema de sonido multipunto, desde el que brotaban las notas inconfundibles de la sinfonía KV183, sinfonía XXV en G menor, de Wolfgang Amadeus Mozart.
El frio era aún más aterrador que el de afuera, no pude evitar un estremecimiento de incomodidad mientras intentaba enroscarme en una poltrona. Mi anfitrión habló, extendiéndome una copa de brandy flameado que acababa de servir y una bufanda gruesa, sacada del bolsillo del abrigo:
-Disculpa las molestias; comprenderás que estos equipos necesitan temperaturas muy bajas para funcionar a toda su capacidad. Pero, dime, ¿Cómo fue que llegaste hasta el túnel? Nadie ha usado ese camino de herradura desde el siglo XIV, ni siquiera yo. ¿No viste el ascensor?
Iluminada tardíamente, mi memoria regresó al vestíbulo del infierno, referenciando, de soslayo, el pequeño tablero con dos botones brillantes. Me sentí idiota…
-¡No importa! De todas formas, ya estás aquí. Tranquilízate.
El amable caballero se sentó tras el escritorio; los monitores lo ocultaban por completo. Sólo entonces pude ver la placa adherida al frente del mueble: “Mailer Daemon”.
Un enorme desconcierto, mezcla de angustia y temor me invadió completo. Sin embargo, tuve que preguntar: -¿Es usted el diablo?
Sin el menor asomo de sorpresa o intranquilidad en la voz, mi interlocutor respondió: -Por supuesto… ¿A quién esperabas: Bill Gates?
Perturbado por la demoledora honestidad, ya no supe cómo actuar. Intenté argumentar con conceptos y posturas intelectuales, que me dieron un cierto aire de prepotencia barata. El diablo se levantó, sirvió otro brandy flameado, mirándome divertido, y me lo dio, parándose junto a la poltrona donde yo estaba como anclado.
-Entiende. “No seas demasiado engreído muchacho, sin importar lo bueno que seas, y nunca dejes que te vean llegar; eso lo arruina todo, amigo mío. Debes mantenerte siempre pequeño, inocuo, debes ser el tonto, el leproso, el vago desempleado. Mírame a mí. Subestimado desde el principio, nunca pensarías que soy un amo del universo ¿verdad?”
-Pero… ¿qué pasó con los cuernos, la cola y el tridente?
-Como te habrás dado cuenta, no soy muy afecto a la moda retro; además, hay tantos mitos y exageraciones a mi alrededor… ¿Sabías que hay muchos chistes acerca lo que hago, pero ninguno sobre mí?- se rió de buena gana mientras regresaba al escritorio y, de nuevo, sus dedos saltaron alegremente sobre el teclado del computador: -Acércate. Quiero mostrarte algo.
Fui y me senté a su lado. Pude ver la ventana de un programa de exploración -“Fireforks”- y, en ella, la lista de accesos preferidos: www.vatican.va, www.mineducacion.gov.co, el Facebook de un Samuel Moreno y el twitter de un Álvaro Uribe… la página abierta citaba: “la mayor astucia del demonio es la de hacer creer que no existe”. (Baudelaire). No pude contener una carcajada mientras el regente del averno me palmeaba en el hombro.
-Muy bien, creo que ya sabes que no soy ningún tonto, mucho menos un ángel caído; de hecho, prefiero pensar que mi lugar en este montaje tiene que ver con un asunto de balance:
“¡He estado aquí, abajo, con la nariz en eI suelo, desde eI principio!
¡He proporcionado todas las sensaciones que eI hombre ha buscado!
¡Le he suministrado Io que ha querido y nunca Io he juzgado!
¿Por qué? ¡Porque yo nunca Io rechacé, a pesar de sus imperfecciones!
¡Soy un admirador del hombre!
Soy un humanista.
Quizá eI último humanista”.
-Sé que no estás aquí por casualidad, nadie llega hasta este lugar por error; pero no te asustes, me has caído en gracia, así que dime, aunque eso también lo sé: ¿Qué es exactamente lo que quieres de mí?
Tal vez el brandy y las risas habían surtido efecto, posiblemente el diablo también me había simpatizado, como en aquella canción famosa de los Rolling Stones (Simpathy for the devil); lo cierto fue que entré en una impresionante familiaridad con él:
-Mira, Satín, lo que pasa es que estoy escribiendo una tesis de maestría sobre la educación y los nuevos medios y, la verdad, esperaba que tú pudieras ayudarme a terminarla… tengo algunas preguntas pendientes: ¿Se puede educar a través de Internet? ¿Hay nuevos lenguajes? ¿Se produce nuevo conocimiento? ¿Es posible entender la virtualidad como currículo en evolución?
Comenzó a dar vueltas al rededor del escritorio, se pasaba los dedos entre el cabello y murmuraba incoherencias… se detuvo de golpe y dijo:
-¿Quién rayos crees que soy? ¡Eso no te lo responde ni el diablo! –Y la carcajada subsiguiente hizo temblar los muros del lugar.
Entonces, me miró de frente y pude vislumbrar un atisbo de burlona comprensión en la profundidad de sus ojos.
-¡Ah! El plagio. Mi pecado favorito, después de la vanidad. Hace poco, encontré una página electrónica que es exactamente lo que necesitas…
Rápidamente, buscó en su historial de navegación e hizo clic sobre una dirección extrañamente familiar: www.deliriodearacne.jimdo.com.
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